domingo, 7 de enero de 2018

Los padres

                  ─Conclusiones finales de la defensa. Tiene la palabra, señor letrado.
                  ─Con la venia, su señoría. Ilusión, ilusión bajo el empleo de inocentes tretas. Engaño, si es la palabra que buscan, pero con el único ánimo, repito, de ilusionar. Esa es y fue la única intención de mis defendidos y nadie ha podido demostrar que causaran daño alguno a sus tutelados. Por lo tanto, solicitamos la libre absolución. Eso es todo señoría.
                  ─Señor fiscal, su turno. Conclusiones.
                  ─Con la venia, señoría. Hemos demostrado a lo largo de la vista, y así lo han reconocido los propios autores, la reincidencia y el nulo arrepentimiento. Así mismo, se ha evidenciado que siempre han actuado con nocturnidad y uso de disfraz prevaliéndose de la superioridad que la ley les concede como tutores. Por otra parte, han violado la correspondencia dirigida a personalidades de la realeza, para modificar a su conveniencia el contenido de lo pretendido con un claro ánimo de lucro cesante. Ante lo expuesto, nos encontraríamos con un concurso de delitos que agravaría la pena a imponer, por lo que solicitamos que sea establecida en su tramo superior, dados los antecedentes que ya suman por otra usurpación de identidad, ya juzgada, del conocido roedor de apellido Pérez.
                  ─Escuchadas las partes y antes de pronunciar la sentencia quiero aclarar varios aspectos, pues no puedo negar mi consternación. El menor se encuentra especialmente protegido por la legislación vigente, ahora bien, jugar con las decepciones de las personas y quebrar la inocencia desvelando o poniendo en riesgo un secreto que lleva preservándose desde hace tantos milenios sólo me obliga a tomar la más severa de las decisiones: Cadena perpetua sin derecho a revisión.
                  ─Recurriremos.
                  ─Está en su derecho, letrado, pero no es a usted a quien le corresponde.
                  ─Desde la fiscalía y a nuestro técnico entender, no entendemos lo que quiere decir, señoría.

                  ─Muy sencillo: cadena perpetua, señor fiscal, pero para usted. En este juzgado siempre hemos tratado de llegar a la verdad y usted, con su insistencia, ha conseguido llegar hasta ella y demostrarla indiscutible. Se ha cargado para siempre la más hermosa de las mentiras y con su empeño ha confirmado las sospechas que ya tenía de mi padre. Llevo ya unas cuantas navidades que le escucho de madrugada arrastrar las zapatillas por el pasillo. Ya no les pone galletas a los reyes porque dice que tiene alta el azúcar, me he encontrado lencería en mi zapato con un tique de regalo a su nombre y sigue empeñado en poner un botín de mamá, para a la mañana siguiente besarlo mirando al techo mientras la cita como su querida cómplice y que la echa de menos. Lléveselo de mi vista, agente. Se levanta la sesión.

jueves, 4 de enero de 2018

La última emboscada

          ─Vamos, muchacho, deja el móvil y levanta la cabeza. Apuesto el café a que desconoces por dónde patrullamos.
          ─Los caimanes, perdón, ¿los veteranos no celebráis la Navidad? En estas fechas el ajetreo es demencial en las redes. Hay que estar al quite. Breve, eso sí, más de tres líneas saturan. Además, es el momento idóneo para recuperar relaciones marchitas y, por otra parte, atreverse a borrar, por fin, esos contactos que ya no soportan otro scroll de la agenda.
          ­­─Mira muchacho, no comprendo ni la mitad de lo que me dices, pero lo único cierto es que a mi lado ya han patrullado más de veinte tipos que se han creído muy listos, y cuando el servicio se ha torcido me han buscado como el hijo entre el gentío la mano del padre. Por suerte y por empeño nunca he tenido que lloraros a ninguno.
─Pronto te ofendes, caimán, pero asumo mi culpa y me abstendré de anglicismos. ¡Ah! Y me apetece ese café. Rodamos por Goya hacia Velázquez. Fácil, las luces navideñas reflejan su colorido en mi pantalla. ¿La mejor iluminación?, por si te apetece derivar hoy tu habitual conversación insulsa, la del tramo entre la Puerta de Alcalá con Cibeles. Aunque me temo que acabarás, como siempre, repasando quites magistrales de figuras del toreo o mencionando batallitas por cada esquina que doblemos, donde me recordarás esas carreras detrás de los roba gallinas de tus comienzos. Puede que no te des cuenta, pero me paseas por tu particular túnel del tiempo como a un aborregado turista. Razón por la que no cedes el volante. Sólo te falta el micro, el acento de un erasmus y descapotar el coche.
          ─Muchacho, no desprecies la veteranía por muy licenciado que seas en ciencias infusas y aprende. Patrullar es algo más que dar vueltas luciendo rótulos, placa, uniforme y esa vena en los bíceps que os empeñáis en cicatrizar los «viceversas». Patrullar es detectar a quién incomoda tu presencia, advertir lo extraño donde el resto asume normalidad, es ver más allá. En definitiva, anticiparse para actuar con firmeza, decisión y prudencia. Los malos podrán surgir en cualquier momento, pero nunca sorprendernos. Jamás pierdas la iniciativa, aunque la fiesta la comiencen otros.
          ─Lo que usted diga don firmeza, decisión y prudencia. No seré yo quien contradiga a quien le resta un día para jubilarse. Por cierto, gran putada cumplir años el mismo día de navidad. Toda una vida compartiendo fiesta con Santa Claus. Quizá esa sea la causa de tu mala leche a cuenta de un déficit de regalos. Y quizá del complejo del secundario surja la razón de tu barriga. ¿Buscas equipararte con tu rival? ¿Vas a dejarte barba?
          ─De la panza sale la danza, muchacho, y ya descubrirás la felicidad en los guisos cuando del ombligo para abajo superes tus obsesiones de jinete. Pero si quieres guerra, como mangos de paraguas. Así tenéis los jóvenes las cervicales de tanta pantalla. Y hablando de paraguas. Mi señora se dejó el suyo en el obrador de Pardiñas y me ha insistido. Voy a parar en la esquina. Bájate y lo recoges, pero asoma el morro antes de entrar y mira a los ojos como un tahúr a los que estén y sin despreciar a los que entren después de ti.
─¿Me tomas por un escudero? Vete tú.
─Si tengo que pagarte un café al menos gánate la sacarina.
          «Buen chaval, aunque hay que pulirlo», define al muchacho al verle caminar y meterse en la panadería, otra vez distraído con el móvil. Los andares le recordaron cuando él tenía esa percha y las manos ocupadas por la absurda gorra de plato y el equipo de transmisiones, y un uniforme que, quien aprobó su diseñó, estaba convencido, nunca se lo puso. Zapatos de cordones, corbata, camisa y pantalones de pinza. Ideal para desfiles y para vaciles de las putas. Vestido de primera comunión no se acude a los poblados a tratar con yonquis ni se persigue a tironeros.
          Cinco minutos más tarde, la demora del muchacho la evalúa con dos hipótesis. Una, que, a cuenta de las fechas, hoy atienda la hija del dueño. Toda una preciosidad que hasta al más pintado donjuán llevaría al tartamudeo. O, dos, que el WhatsApp registre un pico de imbecilidades y ande media España deseando agradar de inmediato con el reenvío de un gif ocurrente que dentro de un cuarto de hora ya se habrá quedado obsoleto.
Lo negaría, pero es cierto. A unas horas de cumplir los sesenta y cinco se encuentra al día en los avances de un mundo frívolo y de prisas digitales. Y aunque presume de ignorante, la curiosidad le ha llevado incluso a visionar los videos del Rubius. Sin manual, a pelo, dispuesto a estrellar la mentalidad encallecida por los años y aceptar las consecuencias. Mentalidad, por otra parte, inquieta a cuenta de la atenta escucha de las inevitables conversaciones en las muchas horas de patrulla junto a mozos con derecho, también, a usar de diván el estrecho asiento que marginan Franchi, mampara, emisora y salpicadero.
Sin esperar otro minuto decide bajarse del coche. La gorra queda en el asiento. Con disimulo prueba el empuñe del arma aún en la funda. Nunca se sabe si una tercera hipótesis, la indeseada, aguarda en un interior apacible. Asoma la cabeza. No hay luz. Un cartel advierte del cierre temprano: Nochebuena. Sin embargo, por ese umbral perdió de vista la espalda del muchacho. Raro. Alerta. La puerta cede al empuje y al instante los fluorescentes parpadean antes de fijar la intensidad. Iluminan al dueño, a su preciosidad y a toda una sonriente congregación de muchos de los compañeros con los que compartió servicio. Toda una vida de uniforme ahora representada en tipos de abultadas cinturas y desfasadas chaquetas, coronados con diferentes grados de alopecia. Todos, copa en mano, alrededor de un roscón culminado por una vela, escoltada por esposa e hijos, y una lágrima común que asoma al brindis por la última emboscada.