Ser elegante en el adiós es mentir un hasta pronto. ¿Despedirse
para siempre? Inconcebible en vida. Pronto surgen los recuerdos y martillean la
puerta de la memoria, y esta se abre dejando entrar la sombra del añorado, sacudiendo
la víscera restañada de la decepción con las finas hebras del rencor. Nos
educaron de mozos para el saludo y agradecer lo recibido, sin embargo, con las
despedidas, nunca nos prepararon para el dolor que causa recordar al ausente
cuando la incertidumbre de su regreso lleva al límite nuestros desvelos. En la
madurez recelamos de nuevos cariños si la vida se llevó temprano almas que nos
sonrieron. Entonces, maldecimos aquellos modales que la frecuencia acentuó en
la despreocupación, y que, ante la pérdida irremediable, soñamos con su renacimiento
por todo aquel cariño que no expresamos a quien por prójimo se merecía. Lamentos
por dejar para un después lo que la cercanía demandaba, pues no hay mañana para
quien ahorca de orgullo su humanidad por creer que le debilita.
Nunca niegues un saludo, no escatimes en abrazos;
expresa tu fastidio en el adiós pero con el marco de una caricia. El viajero
regresa porque en su origen alguien le llenó el petate de esperanza.
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