sábado, 2 de enero de 2021

El segundo enigma

Aquel grupo de renos surgió de la nada.

E instintivo fue el volantazo posterior.

Parte de las compras de la nochebuena saltaron del asiento.

Algunas terminaron bajo los pedales.

Los faros primero alumbraron al bosque.

Luego a la nieve.

Luego a las estrellas.

Luego, oscuridad.

Desperté en mi habitación; la cama era distinta, pero era mi cuarto.

El mismo villancico sonaba, pero ahora en la radio de la cocina.

La estancia olía a cordero y a mazapán.

Dos enfermeros discutían al pie de la cama.

Algo se jugaban a los chinos.

Mi sonrisa se estiró al reconocer las voces tras las mascarillas.

¡Eran mis hermanos!

Toda una sorpresa que el mayor se hubiera presentado a la cena.

Se le suponía en Afganistán.

Descubrieron mi despertar y uno salió corriendo.

─¡Madre, madre! ─gritó por el pasillo.

Esforcé la vista hacia el rostro de quien acariciaba el mío.

─Hermana, ¡por fin! ─suspiró.

Las canas veteaban las sienes de nuestro soldado; las arrugas acechaban su mirada. La guerra, aparte de arrebatar vidas, consumía la de sus testigos.

Volví a cerrar los ojos complacida.

La radio se hizo más presente; pasos; arrastre de sillas; emoción.

La neblina que acompaña al despertar de un sueño profundo me asomó a un escenario donde a los rostros enmascarados de antes se sumaba el de mi madre, próxima, primorosa, pero nadie más.

Con una coreografía perfecta de los tres me incorporaron sobre una cuña de almohadones.

Un bol con varios racimos de uvas apareció en mi regazo.

Y mientras ellos recontaban la docena en los suyos, confirmé dos ausencias.

No había silla para padre y tampoco el marco con mi novio presidía la pared.

Las explicaron las lágrimas que arrasaron los ojos de mi madre al advertir mi desasosiego.

Sonaron los cuartos, las mascarillas cayeron y asomaron los años.

Doce segundos tardé en descubrir el primer enigma: que llevaba una década sin celebrar esta noche.

El segundo enigma, el de las máscaras, lo resolvió el mismo deseo que, con un extraño baile de codos, mi familia coincidió en prodigarse.

Idéntico al que la radio insistía en transmitir a todos los supervivientes del planeta.

El que desde siempre surge en los brindis por sincera afinidad o simple educación.

Y brindamos.

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